
En un país donde las instituciones culturales suelen navegar entre la indiferencia estatal y la burocracia asfixiante, la designación de Juan Yangali Quintanilla como nuevo jefe de la Biblioteca Nacional del Perú se asoma como una buena noticia. No porque un nombramiento en el papel vaya a cambiar la vida de los lectores ni porque de pronto se solucionen los viejos males de la casa de la avenida Aviación, sino porque Yangali llega con una mochila cargada de experiencia en el sector cultural, y eso —en tiempos de improvisación— ya es una rareza.
Yangali no es un paracaidista que aterrizó en la cultura porque había un cargo libre. Su trayectoria lo ha vinculado a la gestión de archivos, a la investigación académica y al trabajo directo con la memoria escrita del país. Sabe lo que significa rescatar un documento del polvo, clasificarlo, darle sentido, ponerlo a circular. Y, sobre todo, entiende que una biblioteca nacional no es un simple almacén de libros viejos, sino un organismo vivo donde late la historia de todos.
Porque, no nos engañemos: la Biblioteca Nacional del Perú es al mismo tiempo un símbolo y una herida. Desde su incendio en 1943 —esa tragedia que redujo a cenizas parte de nuestro patrimonio bibliográfico— arrastra un fantasma de pérdida y de descuido. Cada director que ha pasado por sus pasillos ha tenido que lidiar con dos enemigos: la desidia política y el olvido ciudadano. En un país donde la lectura es un lujo y la piratería campea en cada esquina, levantar la Biblioteca es casi un acto heroico.
Por eso el perfil de Yangali importa. No llega como un burócrata más, sino como alguien que ha respirado el aire espeso de los proyectos culturales en provincias, donde se necesita más ingenio que presupuesto. Ha trabajado con comunidades, ha empujado la investigación y sabe cómo se construyen políticas desde abajo, no desde los escritorios ministeriales que suelen matar cualquier idea. Esa experiencia lo convierte en un gestor distinto: alguien que no solo habla de cultura, sino que la ha hecho posible en escenarios adversos.
Claro, el reto es mayúsculo. No basta con buenas intenciones ni con el currículum lleno de medallas. La Biblioteca Nacional necesita digitalización a gran escala, mejores condiciones para sus trabajadores, un plan de fomento de lectura serio y una política de descentralización que lleve sus servicios más allá de Lima. Si Yangali logra abrir esas puertas, habrá marcado la diferencia.
Lo cierto es que su llegada enciende expectativas. Porque cuando se habla de cultura en el Perú, se habla también de resistencia. Y la Biblioteca, con sus pasillos infinitos y sus volúmenes que guardan siglos de palabras, es un lugar donde esa resistencia se vuelve palpable. Juan Yangali tiene la oportunidad de ser el guardián de esa memoria y, de paso, de escribir una página distinta en la historia de una institución que merece mucho más que el abandono.