
Rafael López Aliaga, el autodenominado “Porky” que llegó al sillón municipal de Lima con el discurso mesiánico de la moral, la honradez y las letanías de ayuno, se encuentra hoy atrapado en el laberinto de sus propias contradicciones. A más de un año de gestión, lo que más se escucha no son aplausos por obras ni reconocimientos por eficiencia, sino denuncias, cuestionamientos y una retahíla de promesas incumplidas que huelen a cuento.
Porque no es novedad que el alcalde de Lima viva en permanente conflicto con la realidad. Con la misma vehemencia con la que reparte exabruptos contra sus opositores, López Aliaga enfrenta cuestionamientos que lo ponen contra las cuerdas: cuestionamientos por contratos municipales que despiertan sospechas y una gestión que parece más preocupada en perseguir murales y clausurar bares que en resolver el caos del transporte, la basura acumulada o la inseguridad que desangra a la capital.
El personaje es pintoresco, nadie lo duda. Católico fervoroso, millonario hotelero y político de verbo incendiario, López Aliaga ha hecho de su estilo un espectáculo. Pero Lima no necesita un showman, sino un alcalde que gobierne. Mientras tanto, lo que abunda son titulares que exhiben sus contradicciones.
La paradoja es brutal: López Aliaga prometió limpieza total, pero su gestión arrastra polvo y fango. Dijo que acabaría con la corrupción, pero ya circulan denuncias de contrataciones dudosas, funcionarios con prontuario político y un manejo de recursos que no resiste la lupa de la Contraloría. Lo que se vende como “milagro moral” parece, más bien, una estampita rota.
La ciudad, entretanto, sigue su calvario. El transporte público continúa en el mismo desorden de siempre: combis asesinas, buses que circulan como fieras sueltas y un Metropolitano al borde del colapso. La seguridad ciudadana, que fue su caballito de batalla, apenas se sostiene en operativos mediáticos que terminan en selfies y conferencias de prensa, pero sin resultados palpables.
El alcalde, eso sí, encuentra tiempo para pontificar sobre la vida privada, sobre moralidad sexual y sobre castigos divinos. A veces parece más predicador que gestor municipal. El discurso se le da bien, la puesta en escena también, pero Lima no mejora con rezos ni con frases de púlpito. La capital necesita asfaltos, semáforos inteligentes, orden urbano, liderazgo y seguridad.
Porky quiere llegar a Palacio
No faltan voces que señalan que López Aliaga ya está más enfocado en su carrera presidencial que en Lima. El municipio se convierte en su plataforma, y cada acto público es una vitrina electoral. De ahí que sus decisiones, muchas veces, parecen responder más al cálculo político que a las urgencias de la ciudad. Y así, mientras el alcalde prepara su candidatura, la capital se hunde en baches, delincuencia y basura.
Al final, la pregunta es simple: ¿será recordado López Aliaga como el alcalde que transformó Lima o como otro político más que prometió mucho y cumplió poco? La respuesta, de momento, se inclina hacia lo segundo. Y el pueblo, que ya está cansado de farsantes, sabe reconocer cuando le venden espejismos.