“Cacería de brujas”: Kira Alcarraz defiende a Boluarte tras allanamiento a la casa de su hermano

En el Perú la política se cocina con los mismos ingredientes de siempre: escándalo, blindaje y declaraciones que parecen escritas para una telenovela de horario estelar. Esta vez la protagonista fue la congresista Kira Alcarraz, quien salió en defensa de la presidenta Dina Boluarte luego del allanamiento a la vivienda de su hermano Nicanor, investigado por presuntos delitos de corrupción.
Con tono indignado, la parlamentaria lanzó una frase que se repite en los pasillos del poder como mantra de autodefensa: “Esto parece una cacería de brujas o que tuvieran algo contra la presidenta”. Dicho de otro modo, Alcarraz ve persecución política donde la Fiscalía asegura encontrar indicios de delito.
La puesta en escena es conocida: cuando los reflectores apuntan a la corrupción, algunos congresistas prefieren disparar contra los fiscales antes que enfrentar los hechos. En la jerga criolla, es el libreto del “todo es un complot”. Y Alcarraz lo ejecuta sin titubear.
Lo cierto es que el allanamiento en casa de Nicanor Boluarte no es un invento ni un capricho judicial: responde a una investigación en curso sobre redes de tráfico de influencias en el entorno presidencial. Pero la congresista prefiere encender el ventilador de la victimización antes que preguntar por qué un familiar directo de la mandataria vuelve a aparecer en el ojo del huracán.
El problema no es la frase aislada, sino lo que revela: un Congreso más preocupado en blindar a la presidenta y a sus allegados que en fiscalizar con rigor. Porque mientras Alcarraz habla de brujas y persecuciones, la ciudadanía asiste a un desfile interminable de ministros cuestionados, contratos inflados y favores repartidos como caramelos en procesión.
En clave de crónica urbana, la escena es clara: los políticos se defienden entre ellos como una cofradía sitiada. Y las palabras de Kira Alcarraz, lejos de sonar como un alegato de justicia, retumban como el eco de un Parlamento cada vez más desconectado de la calle.
La pregunta es obvia: ¿persecución política o simple justicia en acción? Si todo es una “cacería de brujas”, el país entero vive desde hace décadas en una aldea de Salem. Y en ese aquelarre, lo único que arde es la confianza ciudadana en sus instituciones.ueblo sabe quién trabaja y quién no”. La frase, repetida como mantra, intenta colocar a la congresista del lado de la gente. Sin embargo, la contradicción es evidente: ¿cómo conciliar esa declaración con la creciente desaprobación ciudadana hacia el Congreso, que ronda niveles históricos de rechazo?
El estilo de Alcarraz es frontal, casi teatral, pero detrás del grito no hay propuesta. Solo una performance política que alimenta titulares momentáneos. En tiempos donde la demagogia se confunde con liderazgo, este tipo de discursos sirven más para perpetuar la confrontación que para ofrecer soluciones reales.
Como diría un cronista con esquina: Kira Alcarraz no habla, vocifera; no argumenta, dispara frases hechas. Y en ese guion, el Congreso sigue atrapado en la farsa de la representación.